top of page

Este mes comparte: Diego N

 

 

 

Comencé a tomar alcohol  a los 15 años y descubrí en ese momento una sensación tan placentera que empecé a sentir el deseo de beber cada vez que salía con mis amigos por la noche. Había encontrado la forma de desinhibirme  y divertirme a la par de cualquiera,o mejor dicho, la manera de sobresalir, de decir : “Acá estoy”. Me sentía lo suficientemente suelto para poder “encarar” a la chica que me gustara, lo suficientemente relajado para poder reírme, bailar, cantar; en resumen, para hacer cualquier cosa que en estado de sobriedad no me animaba a hacer. Cada vez que salía tomaba y terminaba  borracho. Ya no concebía la idea de salir y no tomar. Al pasar el tiempo, aquellas noches en la que no estaba lo suficientemente borracho como para sentirme libre de hacer lo que quisiera, las consideraba “noches aburridas”. El alcohol era mi motor, era el plus que necesitaba para poder acercarme a la gente.

Pasaron unos años y las cantidades que bebía eran cada vez mayores . En esas épocas, eso se transformó en motivo de orgullo por el “aguante que tenía”.  Me sentía un personaje nocturno popular, capaz de entablar conversación con todo el mundo. Creía haber estrechado lazos de amistad  con mucha gente. Me sentía querido por todos. Una vez alguien se  me acercó y me dijo que mi nombre era sinónimo de alcohol y fiesta. Esas muestras de “reconocimiento” me gustaban. Continuamente quería ser el centro de atención.

Sin embargo, a pesar de lo “festivo” que me mostraba puertas afuera, siempre fui muy sensible. Era un idealista que me afectaban profundamente las injusticias que me rodeaban. El mundo me resultaba un entorno hostil. Vivía intensos momentos de euforia que se alternaban continuamente con momentos en los que mi ánimo estaba por el piso.

Al egresar del colegio secundario me fui a vivir solo a Buenos Aires . Esto representaba la oportunidad de tomar todo lo que quisiera sin que haya alguien controlando mi estado al volver a casa.  Y así,  transcurrieron varios años en los que mi forma de beber empeoró en forma progresiva. Gastaba hasta el último centavo de la noche en tragos, iba por la calle totalmente desorientado, perdía la memoria con frecuencia. Pensaba que esa forma de tomar era algo circunstancial, que ya iba  a poder levantar cabeza. Era solo cuestión de proponérmelo firmemente. Lo cierto era que ninguno de mis amigos tomaba tanto como yo, y ya no les parecía gracioso la forma en la que me desenvolvía estando borracho.  Muchos decían que  tenía que controlar más las cantidades que tomaba.  La vida comenzó a tornarse aburrida y me sentía muy solo. Quería que todos estén pendientes de mí. No quería que nadie interfiera en mi manera de tomar pero a la vez, en silencio pedía a gritos que me ayudaran. En terapia empecé diciendo que estaba falto de motivación, la realidad es que no le encontraba tanto significado al hecho de estar vivo. Estaba perdiendo la fe y las esperanzas de a poco. Para evitar los papelones en público deje de salir por las noches. En contadas  ocasiones lo hice, y solo me sirvió para repetir una y otra vez la misma historia: no acordarme de nada o poco de lo que había sucedido. Y fue así como cada vez me fui aislando cada vez más. Me gustaba tomar en la soledad de mi casa. Bebía prácticamente todos los días y desde muy temprano. Si estaba estresado, tomaba. Para salir de mi casa y juntarme con algún amigo, tomaba antes. Si me quería poner a dibujar o hacer cualquier actividad que me resultase placentera, tomaba. Si quería festejar algún logro, tomaba. Si ganaba Boca, “había que festejar”, por lo tanto tomaba. Si perdía Boca o Argentina, tomaba. Y si estaba deprimido por alguna frustración de índole amorosa, también tomaba. En síntesis, cualquier excusa era motivo suficiente para beber.

Cuando me servía ese primer vaso de la bebida alcohólica que fuere, no podía dejar de servirme una y otra vez.  Me desesperaba el hecho de que las bebidas se terminen.

Mis amigos más cercanos hablaron con mis padres acerca de mi situación en torno al alcohol. Yo  no podía terminar de aceptar mi realidad. Sabía que tenía graves problemas con el alcohol pero no me hubiese imaginado que era para tanto. Todavía mantenía una falsa ilusión de que podía controlar el caos en el que se había convertido mi vida. Estaba convencido que no era muy grave el asunto. Drogas consumía solo ocasionalmente, no me llamaban demasiado la atención; y en cuanto a alcohol estaba tomando solo bebidas de baja graduación. El panorama me parecía normal. El tema  es que me olvidaba de la forma en que tomaba. Bebía demasiado. No podía parar una vez que me servía.

Salía de la facultad, me emborrachaba, dejaba materias inconclusas, no rendía exámenes, sufría por algún amor frustrado, me volvía a emborrachar, manejaba totalmente alcoholizado y me peleaba con mis amigos y familia para pedir perdón una y otra vez. Me había convertido en un especialista en arruinar momentos felices para otros. Mi vida giraba en torno a esas cosas únicamente. Intenté tomar menos pero siempre terminaba de la misma manera. Yo me había metido en esto y yo solo quería salir, pensaba. Pero mis últimas experiencias en torno a la botella me derrotaron.

Comencé a asistir a reuniones en busca de ayuda. A pesar de encontrar  gente de diferentes edades y con distintas experiencias de vida, todos teníamos problemas con nuestra manera de beber.  Dejé de sentirme un “bicho raro” y de a poco comencé a sentirme parte de este nuevo lugar.  Había mucha gente que sentía las mismas cosas que sentía yo. Me veía reflejado en sus testimonios.  Jamás me hubiese imaginado que se podía tener y más aún, disfrutar  una vida sin alcohol.

 Los primeros meses fueron muy complicados. La abstinencia se me presentaba en forma de ansiedad, angustia, desgano, ira e insomnio. Cuando podía finalmente dormirme, soñaba con alcohol. Sentía esos primeros meses como una tortura, que sin la ayuda de mis compañeros de grupo me hubiese sido imposible de sobrellevar. Muchos, que ya habían pasado por esa misma experiencia, me transmitieron que si me mantenía sin levantar esa fatal primera copa, las cosas se irían acomodando poco a poco. Debía aprender a vivir de a un día a la vez.  Y tal como lo habían anticipado mis compañeros, con el correr del tiempo fui experimentando mayor tranquilidad en mi vida. Lentamente me fui sintiendo una persona más útil, capaz de lograr cosas que hasta ese entonces eran sólo para otra gente. Mi rendimiento en la facultad dio un giro inesperado. Estoy cerca de  concluir mis estudios, algo que tiempo atrás era solo una fantasía. Empecé a hacerme cargo de mis responsabilidades, recuperé la sonrisa, y me maravillan pequeñas cosas cotidianas como si fuera un niño con juguete nuevo. Comienzo a mirar y asombrarme de lo que me rodea. Desde la actitud de una persona amorosa hasta la arquitectura de los edificios de Buenos Aires. Cuando tomaba iba literalmente con la cabeza gacha por la vida. Hoy, a pesar de todas las dificultades que se puedan presentar en mi vida, vivo con la inmensa gratitud de ser una persona con nuevas oportunidades, con la satisfacción de poder cumplir con mis responsabilidades y de sentirme parte de un grupo de gente amorosa del cual aprendo todos los días a vivir.

En recuperación también tuve la enorme bendición de enamorarme. Hoy comparto mi vida de la mano de una mujer que me ama por lo que soy; que me acepta con todas mis virtudes y defectos. Fue una de las primeras personas en recuperación con las que pude desnudar mi interior y construir confianza mutua.  Un par de días atrás, tuve la oportunidad de viajar con ella a casa de mis padres. La cercanía que pude experimentar con ellos, y poder compartirlo con mi novia, fue una experiencia que jamás me hubiese imaginado vivir. Con el tiempo, y de a poquito, estoy construyendo la relación que jamás tuve con mi familia. Hoy, a mis 30 años, llevo 2 años y 5 meses sin alcohol y sin drogas. Estoy comprobando que es posible tener una vida feliz sin estar anestesiado.

Me entusiasma  poder transmitir que sin tomar la vida se pone cada vez mejor. Y que ante cualquier dificultad que pueda experimentar, hay a la vez otros tantos alcohólicos en recuperación entusiasmados por transmitirme que se puede atravesar todo sin la necesidad de tomar.

bottom of page